Fanny y el retumbar de pasos de gigante

Publicado en por Daniel Ramirez

Grande entre los grandes, su nombre se fundió con la palabra teatro. Luchó a brazo partido por la cultura de un país, que ahora, tras su partida, no oculta la sensación de orfandad.


El mensaje con dos inmensas verdades llegó a decenas de celulares después de las 4 de la mañana: “Te aviso que a las 2:12 a.m. nuestra amada Fanny falleció”.
Nuestra, porque le dedicó su vida a concebir una verdadera cultura del teatro en Colombia, pese a haber nacido a miles de kilómetros. Amada por gente de la cultura -una buena parte, sin dudarlo- y cuando menos admirada y respetada.
Después de días de revuelo, de ires y venires, la función de Fanny Mickey, la mujer de pelo naranja cuidadosamente revuelto, alma y corazón de las artes escénicas nacionales en las últimas décadas, terminó.
Es Vicky Hernández, una de las grandes actrices que ha parido este país, quien en una frase logra reunir el dolor que causa entre artistas y espectadores la muerte de la ‘mujer orquesta’, como le gustaba que la llamaran.
“Hoy el teatro queda huérfano y los actores sin rumbo”, dice mientras que la inmensa nostalgia que sólo pueden entender los que han tenido que ver partir a sus amigos, hace que su voz se estremezca y sólo se pueda recuperar tras largos silencios.
Provocadora, cáustica si se quiere, visionaria, infatigable, Fanny fue una gigante que a su paso dejó huellas hondas. No dudó a la hora de tumbar de un soplido muros en favor del arte. Fue una de las responsables de sacar el teatro de los círculos bohemios y eruditos para traducirlo al lenguaje de la gente de a pie, de cualquiera con la sensibilidad necesaria para disfrutarlo y, ante todo, quererlo.
La energía desbordaba a Fanny Mickey. A sus 74 años, hace apenas unas semanas se embarcó en una nueva gira nacional. Después de revivir a petición del público en Bogotá su Perfume de arrabal y tango, un montaje al estilo café concierto –género que ella trajo al país en los setenta con la propuesta Mamá Colombia- decidió llevarlo a otras ciudades, entre ellas, por supuesto, a su Cali querida, tierra en la que aprendió a bailar salsa y en la que Colombia la enamoró.
De Cali en Cali
Sobre el escenario del Teatro Municipal de Cali, ese mismo en el que los vallunos la despidieron ayer en medio de una fiesta, dio su última función de ese espectáculo en el que, acompañada de orquesta y bailarines, dejaba que su voz se rasgara para cantar los tangos que más le gustaban, regalándose a un público, que antes que nada quería verla a ella, a la diva, al mito.
Fue en 1959 cuando la vida usó el amor como excusa para traerla a Colombia. La en ese entonces actriz de 25 años nacida en Buenos Aires, en 1934, llegó al país junto a Pedro Martínez, su pareja de entonces, un actor gaucho importado para darle vuelo a la naciente televisión nacional.
De nuevo la vida dio otro giro de tuerca. Fanny y Martínez terminaron en el Teatro Experimental de Cali -bajo la dirección del maestro Enrique Buenaventura- uno de los grandes laboratorios en los que se han forjado los ‘titanes’ de las artes escénicas nacionales.
Casi 50 años más tarde la vida la llevó de regreso a Cali para que dijera adiós. La Sultana del Valle vio la primera y última función de la actriz y directora en el país.
En medio de partos
“Fanny era un ser que no parecía de este mundo. Era toda bondad, toda desprendimiento. Vivía más por los demás que por ella misma, por eso emprendía labores titánicas”, dice con voz más grave que de costumbre Julio César Luna, actor y director, otro del puñado de grandes del arte nacional y un convencido de que nadie podrá reemplazar a la mujer que logró fundir su nombre con la palabra ‘teatro’, tras pasar 60 de sus años sobre los escenarios.
Fanny se fue, no cabe duda, teniendo la plena certeza de que sus hijos estaban listos para caminar solos. Daniel, fruto de su amor con el colombiano Carlos Álvarez, le heredó el gusto por el mundo cultural.
Los menores, la Fundación Teatro Nacional y el Festival Iberomericano de Teatro de Bogotá, también hicieron hace rato sus vidas.
La Fundación nació en 1978, después de que Mickey dirigiera cinco ediciones del Festival de Arte de Cali, de que administrara el Teatro Experimental de Cali, de que le diera vida junto a Jorge Alí Triana al Teatro Popular de Bogotá, de su regreso a Argentina y su retorno a Colombia, seducida por los Cien años de soledad, de García Márquez.
“Aquí aprendió a gritar ¡Macondo, güepajé!, y el acordeón fue el hermano de su bandoneón”, dice uno de los versos de la canción que hace un par de años el actor y músico César Mora, le escribió.
Ese, el segundo de sus hijos, ya celebró sus bodas de plata, teniendo tres sedes -La Castellana, La 71 y la Casa del Teatro- además de temporadas permanentes, más de 130 montajes en su haber, la visita de un centenar de grupos nacionales, y un récord histórico que supera las 13 mil funciones, las 60 giras nacionales y los 7 millones de asistentes, sin contar los conciertos y talleres.
“Fanny será siempre la reina del teatro en Colombia, ese lugar lo conquistó con su fe inquebrantable y su pasión por lo que hacía. Su vida fue teatro puro (...) Su legado a la vida cultural y artística de Colombia es inmenso. La despedimos con amor y gratitud, y le pedimos que desde el más allá nos siga inspirando con su gran espíritu” dicen sus amigos, los que quedan a cargo de la Fundación.
Fanny parió en 1988 el Festival -el más importante de su tipo en Iberoamérica- junto a Ramiro Osorio. Aunque muchos vieron al niño con desconfianza, como si padeciera una enfermedad que no lo dejaría vivir mucho tiempo, les ganó el pulso y este año cumplió veinte, trayendo lo mejor del teatro a Bogotá, casi mil compañías de los cinco continentes y millones y millones de espectadores.
En la más reciente edición del Festival, la undécima, Fanny se le midió a volar junto a los actores de Caídos del Cielo, una de las obras más impactantes del teatro aéreo mundial. Amarrada a un arnés y acompañada de ángeles, se elevó en la Plaza de Toros La Santamaría, en medio del espectáculo cumbre del evento. El momento mágico fue inmortalizado en uno de los programas de Pirry, y ahora suena a que la mujer que siempre reía estaba preparándose para partir. “¡Se lució, Fanny se lució!”, gritó el público ese día. Siempre se lució.
Ecos, ecos, ecos
“Sembradora de ilusiones, de festivales de pasiones, amiga de sus amigos. Ella vive por el placer de vivir” dice otro de los versos de la canción de Mora. Más que obras -participó en unas 200 como directora o actriz-, festivales y escenarios, Fanny Mickey cosechó amigos. Por décadas fue guía de principiantes que luego se hicieron grandes actores y directores, y que no dudan en llamarla maestra, ellos piden que el Teatro de La 71 lleve su nombre.
“Aún la recuerdo en medio de escenas, vestidos, textos y viajes. Su alegría y peculiar acento argentino la hicieron un ser inigualable (...) Juntas vivimos momentos de inmensa felicidad, pero también de mucha tristeza. El recorrido por el camino de la cultura siempre fue muy difícil, pero nunca bajó guardia. Ella estaba hecha de un material que muy difícilmente se vuelve a repetir” dice entre suspiros Vicky Hernández, para muchos la llamada a asumir las riendas del legado.
“Los actores tenemos un gran compromiso con la cultura y es seguir trabajando para que ese posicionamiento a nivel nacional e internacional no quede en el limbo -comenta- el teatro llora su ausencia pero, la mejor forma de recordarla es no dejar morir los sueños por los que a lo largo de su vida lucho incansablemente”.
“Nadie podrá reemplazarla, insisto”, sentencia Julio César Luna.

 

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